Capítulo 3: El nacimiento del tirador

Sensación de vacío, de estar muerto en vida, de tener los sentidos abotargados, de respirar y no saber por qué ni cómo, de no sentir el corazón latiendo.
Un pequeño pajarillo se posó en una rama cercana y de un trinar sacó del letargo a lo que parecía un desaliñado elfo muerto tirado tal cual muñeco de paja en una rama inferior del poderoso roble. El árbol se encontraba entre las secciones del bosque más alejadas del poblado, donde por lo general no solía haber visitantes, como así quedaba demostrado por la diversidad de flora resplandeciente y sin mácula, acentuado con el brillo ocasionado por el rocío del amanecer. Todo un espectáculo de belleza.
Un espasmo recorrió todo el cuerpo del elfo, asustando al pajarillo que echó a volar, y el silencio se hizo de nuevo. Con mirada desenfocada y nublosa, consiguió observar el pequeño bulto que alzaba el vuelo y se perdía en la lejanía. Bajó la mirada y contempló su cuerpo para poder enfocar sus pensamientos. La ropa era la del día anterior, aunque las botas algo más desgastadas y en general toda más sucia. Más allá de sus pies, se encontraba el arco que le había regalado el Gran Druida antes de la partida de caza, apoyado contra el tronco y junto al carcaj de lana con 3 flechas aún.
Sacudió la cabeza para despejar los pensamientos y se estiró para desentumecer los músculos de la mala postura. Consiguió darse la vuelta y agarrar el arco con una idea en mente. Apoyó la espalda contra el tronco, mientras con la mano izquierda preparaba el arco y con la derecha cogía una flecha del carcaj. Pronto apareció tranquilamente un cervatillo dispuesto a tomar el desayuno. Sin embargo, cuando abrió la boca ya no pudo cerrarla para dar bocado. Una flecha le atravesaba limpiamente el cuello.
Fue entonces cuando Raiduan se prometió ser el mejor cazador de todos los tiempos, por su padre.

El joven elfo no sabía como había llegado hasta aquella rama de aquel árbol, a simple vista parecía imposible de escalar, como así tampoco supo cómo llegó hasta el claro arrastrando al cervatillo él solo.
Dejó al animal muerto allí en medio como si nada, simplemente abrió la mano para dejarlo caer y siguió su camino hasta su madre, que aún estaba sollozando en el altar de piedra, donde horas atrás había estado el cuerpo sin vida de su padre.
Sucio y desaliñado, dio un fuerte abrazo a su madre y mirándola directa a los ojos, Raiduan asintió con la cabeza, no eran necesarias las palabras.
En menos de 30 minutos, Raiduan se arregló y se presentó en la cabaña de los rangers para comenzar su entrenamiento como tirador, esta vez en serio, no solo como un simple ayudante.
El joven elfo creía que eso era todo el dolor soportable, que no existía mayor dolor que la pérdida de su padre… pobre inocente e ingenuo…

Los pasos de unas sandalias apresuradas hacían eco en la catedral que se fue atenuando conforme entraba en las diferentes estancias hasta que se detuvieron ante una gran puerta de madera reforzada.
Toc, toc, toc.
Toc, toc, toc.
Toc, toc…
El novicio se quedó con el puño alzado dispuesto a golpear una vez más en la puerta, cuando esta se abrió de repente y casi golpeó en la cabeza calva del regente.
Alzó un pergamino extendido ante sí y con voz temblorosa dijo:
– Querido regente, tenemos noticias sobre Thorin. El enviado a conseguido hacer su trabajo en parte, no todo lo bien que esperábamos, pero sigue allí esperando nuevas órdenes –
– Muy bien. Dile que se mantenga a la espera un tiempo, años incluso, debemos ir con cuidado ahora – concluyó el regente con un gruñido y arrancando de un manotazo el pergamino, haciendo que el novicio se quedara con las manos extendidas en el aire sujetando aire.

2 comentarios en «Capítulo 3: El nacimiento del tirador»

    • Me alegro que te guste, y siento que haya sido algo corto, pero lo que sucede a continuación prefiero expresarlo en otro capítulo a parte.
      Calculo que podría ser para Octubre, aunque podría darle más frecuencia a los relatos si gustan

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