Capítulo 2: 20 cumpleaños de Raiduan

Era casi el atardecer del 14 de Angthe del 78 Era IV y los preparativos de la fiesta se podían escuchar por todo el poblado colgante. Los bardos afinaban sus instrumentos, especialmente los banjos feéricos, los elfos jóvenes corrían y jugaban por todas partes, las elfas terminaban de preparar los aperitivos y los colocaban en la gran mesa central de roble, así como los druidas terminando de arreglar alguna que otra olla con pociones, hidromiel o algo de carne. Por la parte norte, la del claro, entraba la partida de caza con un par de ciervos frescos, un jabalí y varios conejillos colgados del cinto de varios hombres y adolescentes.
Raiduan iba en la penúltima fila, junto a su casi hermano Jonne, con el arco colgado de la espalda, junto al carcaj de lana que aún contenía varias flechas y sujetando con ambas manos un jabalí mediano. Por el otro lado, Jonne tenía sus puñales en las vainas de las caderas y tan solo llevaba un simple conejo colgado por una cuerda en su espalda, y como siempre, con los ojos muy abiertos mirando todo a su alrededor como si lo viese por primera vez.
Por el claro solo permanecían un par de ents y varios druidas que les tocaron montar guardia en la entrada, el resto de los ciudadanos estaban ya en el poblado y no quedaba nadie en el claro, así que la partida de caza se apresuró hasta el poblado donde eran los únicos que faltaban a la fiesta. Dejaron toda la caza cerca del cocinero oficial que se encontraba junto a la hoguera lista para cocinar, a excepción de Raiduan y el jabalí que llevaba entre las manos, que se dirigieron al centro del poblado.

El Gran Druida se acercó a él, y poniéndole una mano en el hombro derecho, se giró y habló alto para que todos pudieran oírle.
– ¡Hoy es el 20 cumpleaños de nuestro prometedor cazador Raiduan. Todavía muy joven pero excelente cazador con el manejo del arco, para muestra, este jabalí que trae con sus propias manos! – gritó el Gran Druida mientras hacía levantar la pieza de jabalí junto con las manos del joven elfo.
Todo el poblado arrancó a vítores y rugidos, tanto, que Raiduan pensó que los puentes colgantes podían romperse. Mientras tanto, se acercaba otro druida humano de unos 45 años que le dio un fuerte abrazo al joven elfo y susurrando le dijo – Te quiero Raiduan, mi hijo, te quiero y me siento orgulloso de quien eres y quien serás –
De repente, alguien que Raiduan no pudo ver, le pasaron un cuerno y tras separarse del druida humano, Raiduan asintió con determinación mirándole fijamente y se llevó el cuerno a los labios. Sopló lo más fuerte que pudo y dio comienzo la fiesta. Sin embargo, miles de puntitos rojos observaban con extremada atención desde las sombras.

La fiesta duró un día entero sin descanso, hasta el atardecer del día siguiente, donde pocos quedaban frescos, la mayoría sucumbieron a la hidromiel o a alguna mezcla de hierbas extrañas. Los padres de Raiduan se dirigieron hacia la Gran Cabaña del claro, a descansar junto a los druidas de mayor rango, y Raiduan se dirigió como pudo a su cama.
El joven elfo notaba algo extraño en el ambiente. Los animalillos estaban nerviosos, muchos se habían escondido en sus madrigueras, los pocos pájaros que no habían volado ni siquiera cantaban, y notaba algo pesado en su respiración, en el aire que le rodeaba. Sin darle mayor importancia que a los efectos de la hidromiel y de la fiesta, se acostó plácidamente en su cama de paja hasta el amanecer siguiente.
Un grito desgarrador de una mujer elfa sacó bruscamente a Raiduan de su somnolencia. De un salto y reconociendo el grito de su madre en el acto, salió a toda prisa hacia la Gran Cabaña, donde estaban sus padres. El joven elfo, recién cumplido los 20, quedó pálido en el acto antes de llegar a la Gran Cabaña. En el altar de piedra que se encontraba a las afueras de la cabaña, se encontraba su padre tumbado, lleno de heridas y de diminutas mordeduras por doquier, tan solo un pantalón descosido y desgarrado le tapaban lo justo.
– ¡Padre! ¡Padre! ¡Padreeeeeee…! – gritaba Raiduan abrazando el cuerpo casi sin vida de su padre.
– ¡Raiduan cariño! ¡Levántate que te pueden picar a ti también! ¡Todavía puede quedar alguna por aquí! – gritaba la madre intentando separar hijo de padre.
– ¡Déjame madre! ¡Alguna qué? ¿Qué le pasó a padre? – consiguió preguntar Raiduan mientras se incorporaba con tremendo esfuerzo pero todavía con lágrimas brotando de sus elfos ojos.
– Unas arañas envenenadas salieron de la cueva y atacaron a padre. Estaban desquiciadas, como si estuvieran contaminadas por algo que las hacía enloquecer – suspiró para calmar los nervios la madre.
– ¡Eso es imposible! ¡Nunca hemos tenido problemas con las arañas de la cueva! ¡Mira que siempre digo de tapar esa maldita cueva! – rugió Raiduan cada vez más enfurecido.
– Es cierto cariño, las vi con mis propios ojos como volvían a la cueva, pero ya era tarde para tu padre, y parecían envenenadas porque rezumaban un líquido burbujeante. ¡Seguro que es obra de ese maldito Dios de Seldar! – decía desesperadamente la madre.
– ¡Déjame! ¡Aún respira, acudamos al Gran Druida! ¡El podrá salvarlo! – gritaba Raiduan mientras salía a toda prisa en dirección a la Gran Cabaña de madera.
Raiduan entró a toda prisa en la Gran Cabaña, las Llamas de Thorin, despertando de un sobresalto al Gran Druida.
– ¡Gran Druida! ¡Ayuda a mi padre por favor! ¡Se está muriendo! – gritaba Raiduan desesperadamente y fuera de sí.
Lo que sucedió a continuación son recuerdos nublosos para Raiduan.

En otro lugar, no muy lejano, en plena oscuridad y rodeado de millones de puntitos rojos, alguien reía macabramente con gran satisfacción.
– ¡Dominaré el mundo! ¡Wajaajajaja! –

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