Capítulo 1: Thorin, el pueblo arbóreo

La hierba estaba fresca y verde con el rocío de la madrugada allá por donde miraba. Alzando la vista aún podía ver a Argan y a Velian en el horizonte, una llena y la otra en cuarto menguante, mientras que en el otro extremo comenzaba a despuntar el Sol. Un rugido de estómago le hizo centrar nuevamente su atención en la hierba fresca que tenía ante sí. Acercándose con un par de pasos tranquilos, de un bocado aquella hierba fresca desapareció del bosque, igual que desapareció sus limitados pensamientos cuando una flecha certera le atravesó el cuello y otra de oreja a oreja.

El joven elfo observó como sus certeras flechas hacían blanco en el ciervo casi sin manchar el suelo de sangre. Antes de bajar de la copa del árbol, aprovechó su visión de elfo para observar todo el bosque en su amplitud. Era como un rectángulo poco definido. Por el norte se encontraba la fortaleza de Poldarn, los caballeros con montura de Eralie (y dicen que más al norte hay unos montes llamados Montes del Destino), por el oeste una senda larga, tortuosa y llena de animales hacia Eldor, al este la ciudad de Takome y bastión del bien, y por último, al suroeste Thorin, el poblado colgante de los elfos del bosque, lugar natal del joven elfo. Raiduan podía observar las siluetas a lo lejos, pero no sabía mucho de todas estas ciudades o fortalezas, tan solo lo que podía escuchar de pasada en alguna conversación ajena. Sin embargo, pronto llegaría el día que se verá obligado a salir del bosque.

Volvió a centrar su vista en el ciervo muerto y con un grácil movimiento bajó del árbol y se acercó. Demasiado pesado para moverlo con sus pocos desarrollados músculos, así que optó por volver sobre sus pasos y avisar al resto de la partida de caza.
La partida constaba de 5 hombres adultos, encabezados por el Gran Cazador y también les acompañaba otro joven elfo llamado Jonne, que era como su hermano torpe. De todos ellos, sólo Raiduan y otro eran tiradores, el resto (incluyendo Jonne) eran guardabosques, más diestros con puñales y sables que con arcos, pero todos se complementaban a la perfección y armonía, como un elemento más de la naturaleza.

– Gran Cazador, acabo de cazar una buena pieza de ciervo – dijo Raiduan haciendo una reverencia orgulloso. – Pero es muy pesado para mi solo, por eso no la he traído hasta aquí –
– Llévanos hasta él y entre todos la llevamos al poblado. Buen trabajo, muchacho – contestó el Gran Cazador dándole una palmada en el hombro de felicitación. – Tus padres estarán orgulloso de tu cacería –
Raiduan con paso firme se colocó detrás del grupo, al lado de Jonne, el cual le miraba con sus ojillos de admiración, como no pocas veces hacía.
– Her… hermano, ¿De verdad has matado tú sólo ese ciervo? Guau… – susurró Jonne.
– Así es, Jonne. Esta noche habrá buena cena en el poblado – contestó Raiduan sonriendo.

Casi al atardecer, después de todo el día de caza, regresaba el grupo hacia el claro de Thorin. El ciervo de Raiduan lo cargaban entre 2 fuertes elfos, las patas delanteras en el hombro de uno y las traseras en el hombro del otro. También otros animalillos de menor envergadura colgaban del cinto del resto. Tres conejos, un par de lechuzas y algún que otro zorro, que servía más como piel que como alimento, pero todo sumaba. Se acercaba el invierno.
Raiduan entró sonriente a su cabaña aún vestido de caza. Botas de cuero desgastados, un pantalón que más bien era un taparrabos de piel, un peto de cuero blando y, sin duda lo mejor, unos brazaletes de lobo de buena calidad, así como su carcaj y su nuevo arco en la espalda.
El aroma a cena e hidromiel invadieron sus sentidos al abrir la puerta de madera.
– ¡Mamá, papá! ¡Mirad lo que traigo! – gritó entrando en la cabaña y cerrando la puerta tras de sí.
– ¡Tu padre está fuera, con los druidas ancianos, y yo preparando la cena en la cocina! – le contestó la madre también gritando.
Raiduan sonriente observó a su madre desde la puerta de la cocina. La típica elfa de 200 años, todavía muy joven y bella. Tan sólo se diferenciaba de otra elfa en un par de flores blancas que llevavba en la cabeza, sujetándole la cola larga y lisa, las cuales se las regaló su padre el día que le pidió la mano.
El joven elfo se acercó a la mesa de madera pino de la cocina, y con un fuerte golpe dejó caer toda una señora pata de ciervo en perfecto estado. La madre impresionada por el ruido, se giró en redondo empuñando la cuchara de palo con la que removía la olla como si fuese el arma más poderosa del mundo.
Inmediatamente bajó la cuchara y se quedó boquiabierta sin decir ni una palabra.
– ¿Cómo has conseguido esa pata de ciervo Rai? – consiguió contestar tartamudeando la madre.
– Pueeeesss… se podría decir que el ciervo al que pertenecía esta pata lo he cazado yo solito, con el nuevo arco que me regaló el Gran Druida – dijo alegremente Raiduan. – Así que el Gran Cazador en reconocimiento me ha dado esta pata entera para nosotros –
– Es mucha carne para nosotros tres, ¡aquí tendremos como para cuatro días por lo menos! Me siento muy orgullosa de ti, hijo. Algún día serás Gran Cazador, ya lo verás –
– Lo dudo madre, pero me esforzaré para ello, lo prometo –
– Ya verás cuando regrese padre y vea este trofeo que nos has traído. Se pondrá muy contento y orgulloso del gran muchacho en el que te estás convirtiendo. Por cierto, pronto es tu 20 cumpleaños, ¿Qué te gustaría de regalo? – finalizó la madre.

El novicio corría a toda prisa por la catedral sujetando un pergamino enrollado con un lazo rojo. De repente su carrera se frenó en seco con un estruendo metálico y un fuerte dolor en la cabeza.
– ¿A dónde vas con tanta prisa, novicio? – dijo el guardia equipado con su robusta armadura metálica.
Sacudiendo la cabeza para despejar la mente, el novicio pudo alzar temblorosamente la mano que sujetaba el pergamino.
– ¡He de entregar este mensaje urgentemente al regente! ¡El enviado desde el templo de Ankhalas está comenzando su trabajo en Thorin! –

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