Ha pasado un año tras aquel fatídico ataque de Grimoszk al verde poblado thorinya, en el cual falleció valientemente la madre de Raiduan pero sin que hubiera significado cambios en el bastión del bien. Todo seguía igual, excepto para Raiduan que ahora era huérfano de ambos padres, aunque todo el territorio sí estaba más alerta a la espera de un gran ataque por parte de los enemigos. Raiduan siguió todo este tiempo entrenando y saliendo con la partida de caza, siempre con la promesa que le hizo a su madre de ser libre, y la que se hizo para sí de vengarse de los causante de su desdicha.
Una noche, el joven semi-elfo se vistió con su mejor equipo de caza y con un pensamiento fijo y decidido, se dirigió a la senda de las arañas del poblado, no sin antes dejar una nota a su medio hermano Jonne y al Gran Cazador para que no se preocuparan de su ausencia y le dejara emprender este viaje físico y espiritual por sí solo. Lo necesitaba, su alma lo necesitaba. Necesitaba sanarse y encontrar su propio camino en la vida. Y todo empezaba por el punto de origen, las arañas envenenadas que atacaron y mataron a su padre 11 años atrás, donde todo empezó.
En mitad de la noche y solo ante la entrada de la cueva donde comenzaba la senda de las arañas, Raiduan cayó de rodillas y lágrimas brotaron a su rostro con un ligero sollozo. Todo su ser le pedía gritar, pero no podía hacerlo o alertaría a alguien y le detendría en su camino. Después de unos segundos, se levantó y con mirada fija en la cueva, entró muy despacio, aún con lágrimas nublando un poco su visión élfica. A un escaso metro de la entrada, encendió una pequeña antorcha, puesto que su visión de elfo era buena, no servía en la más absoluta de las negruras, además el fuego alejaría a las arañas y otros seres que acechaban en la oscuridad.
Efectivamente, todas las crías de araña estaban envenenadas, observó Raiduan, por lo que sólo podía significar que la madre reina araña era la primera envenenada y todas sus crías por tanto salían igual de ponzoñosas y asquerosas. Pasadas un par de horas, calculaba Raiduan, caminando por la estrecha senda de las arañas y sin contratiempos, llegó a una bifurcación en la cueva. Por un lado una senda libre de criaturas y con algo de claridad, y hacia el otro lado otra cueva aún más estrecha, aún más arañas, aún más oscura y aún más abajo.
El joven semi-elfo se pasó la mano libre por la cara, notando el sudor, y con la otra mano de la antorcha iluminó ambos senderos, con actitud pensativa.
– Voy a coger el sendero libre, a ver donde me lleva. No será complicado volver atrás y seguir de nuevo la hilera de arañas. Supongo que hacia abajo estará la madre reina araña, pero al otro lado… – pensó Raiduan, rodeado de miles de puntitos rojos por todo su alrededor.
Efectivamente el otro sendero enseguida estuvo despejado de arañas y de paredes rocosas, pero siendo noche cerrada parecía una extensión de la propia cueva. Raiduan, se permitió el lujo de tomar un descanso en una de las rocas del sendero. Clavando la antorcha en el suelo, cogió su petate y sacó un trozo de pan, de queso y un poco de hidromiel que no tardó en engullir. Ya algo más repuesto, alzó la mirada al cielo. Una resplandeciente Argan le miraba directamente, y más allá una Velian en cuarto menguante, como si le guiñara un ojo.
Recogiendo sus cosas y la antorcha en la mano izquierda, se dispuso a continuar el sendero. Perdió la noción del tiempo, los minutos no parecían discurrir, todo en el cielo seguía en la misma posición y el camino, aunque tranquilo, a Raiduan le resultaba andar en círculos. Hasta que al final encontró la entrada a otra cueva, pero muy diferente a la de las arañas. Entrando con cautela, se dio cuenta que cientos de osos estaban dormidos, o hibernando. La cueva disponía algo más de claridad que la otra cueva, lo que significaba que no era muy profunda y entraba claridad por la entrada.
Tenía algunas bifurcaciones, pero más que bifurcaciones eran pequeños huecos en la roca, como si simularan habitaciones. Sigilosamente y sin despertar a ningún oso o hacer el más mínimo ruido, el joven semi-elfo cansado, llegó hasta el final. Donde, con gran asombro, encontró un bloque de piedra extraño. El bloque parecía emitir una luz tenue, con restos de sangre y vísceras, y los osos de alrededor parecían rezarle al bloque en actitud meditabunda. Lo que hizo comprender en seguida a Raiduan que era un altar a algún tipo de Dios primitivo o animal.
Una voz llegó de alguna parte y de ninguna a la vez, retumbando en toda la cueva pero no se movió ningún pelo de oso. Raiduan acojonado se ocultó mejor tras una pequeña estalactita.
– ¡Eh, tú! ¡Sé que estás ahí! Puedo oler tu miedo, oír tu respiración ¡Sal de tu escondite! No voy hacerte daño, al menos de momento… – dijo la voz.
– ¿Ho… ho… hola? No… los osos no hablan, son imaginaciones mías… – se descubrió el joven semi-elfo de la estalactita. – Me estoy volviendo loco… –
Presto a salir corriendo, un zarpazo, mortal de haberlo querido, retuvo a Raiduan. Y dicho oso comenzó a cambiar de forma ante los ojos del joven cazador.
– Sí, te estoy hablando yo – dijo el ser mientras terminaba de convertirse en un druida, algo raro. Se le fue gran parte del pelaje, las garras se convirtieron en dedos, se hizo más pequeño…
– Per… perdona… ¿Quién eres? – respondió Raiduan con un hilillo de voz asustadiza.
– Hola, Raiduan. Me llaman Thruth. Lo sé todo sobre ti. Tenemos inquietudes en común y soy consciente de tu desgracia. También he estado ayudando a Ruthrer con la investigación de las malditas arañas envenenadas por la peste de Seldar. Pero no te hice venir hasta aquí por eso – dijo el druida extraño mientras le tendía una mano normal y amistosamente.
– En… entonces… – susurró el joven semi-elfo.
– Sé que pretendes salir solo del bosque y adentrarte en lo más profundo de la cueva. Sin embargo, es un suicidio. No puedes vagar solo por Eirea y sin adiestramiento de verdad. Hay mucho fuego en ti, lo veo en tus ojos azules, pero necesitas ayuda y aprender a controlar tus emociones – gruñó con voz gutural Thruth.
– ¿Tú vas a venir conmigo? ¿Alguno de estos osos? – respondió Raiduan algo más calmado.
– Siento decirte que no, mi amigo cazador. Pero te vas a llevar algo mucho más grande – dijo el druida extraño con voz misteriosa.
– ¿Más grande que un oso? ¿Y qué es? – suspiró el joven.
– Paciencia, paciencia. Todo llegará en su momento. Ahora sígueme, necesitas descansar y reponer fuerzas. Tu entrenamiento acaba de empezar. Y no te preocupes por los osos, no te harán nada mientras estés conmigo – sentenció Thruth.
Así es como Raiduan conoció a Thruth, su maestro y guía, y empezó de verdad su entrenamiento, pero eso… ha de esperar… ahora toca descansar de la travesía por el sendero de las arañas.